“La historia del hombre apático que quería ser un pato” por Jose Miguel Marín Guevara

La historia del hombre apático que quería ser un pato

Jose Miguel Marín Guevara (Murcia, 1979)

Estudios de Bellas Artes y Licenciado en Psicología en la Universidad de Murcia

Marín Guevara ofrece en esta exposición un complejo entramado creativo para el que emplea 21 instalaciones, pinturas y un vídeo-performance, donde continuamente el pato es el supuesto protagonista que figura como pretexto para emitir un comprometido mensaje social, con una narración creativa sobre la que el autor hilvana sus diferentes influencias artísticas, “relatos extraños con personajes extraños”, de manifiesta interpretación freudiana. Tal vez se podría adivinar que Marín Guevara se autoprovoca una catarsis para experimentar, `para diseñar el eje conductor de su último trabajo, en el que Sigmund Freud (1856-1939) y sus teorías deambulan con cierta presencia simbólica, pero evidente. Según este célebre neurólogo austriaco existe una información valiosísima situada en el preconsciente, que sería una capa ubicada entre el consciente y el inconsciente.

La propuesta de este reflexivo artista es atractiva a simple vista, muy plástica, pero contiene múltiples pulsiones primigenias y responde a estímulos que provienen de la necesidad que tiene el propio autor de expresar sus inquietudes, sin llegar a ser -quizá- consciente de sus patrones contagiados de represión, de carencia y de virtud. En cada obra de Marín Guevara perdura una denuncia vital y, a la vez, un extraño deseo de gratificación personal entre el ello y el yo. El joven autor idea y construye cada una de sus “casas” a partir de simples jaulas manipuladas, idealizadas, agrupadas, inventadas… para introducir en ellas a seres atípicos con rostros que gritan, sufren y se lamentan, entre rejas, de un dolor colectivo estridente y cromático.

Instalaciones, pintura y vídeo-performance se entregan como piezas reeditadas, como un proyecto asociativo que contiene pensamientos y recuerdos reelaborados a partir del inconsciente. Se altera el lenguaje morfosintáctico, de la forma y de la función, se revalida la ironía, se modifican las leyes del establishment artístico. Se exalta el valor de lo coyuntural, de lo fugaz y de lo inmediato, porque la creatividad es un “puro ejercicio de voluntad”, atrás queda el legado maniqueísta de la Historia del Arte. Así también lo concibe Marín Guevara.

Necesariamente debemos retroceder a la inquietante labor que supone las acciones creativas pensadas por Marcel Duchamp (1887-1968) cuando el visionario e influyente artista francés nos dijo en el año 1938: “¿Se pueden hacer obras (de arte) que no sean (obras de) arte?”. Y él crea el primer ready-made, titulado Rueda de bicicleta sobre un taburete. Duchamp establece en sus obras ciertas in-confluencias entre el psicoanálisis y las cuestiones academicistas de las artes plásticas. Marín Guevara, al igual que Duchamp, trata de transformar los objetos de uso cotidiano en obras de arte “diferentes”, mediante elementos escogidos libremente, sin grandes pretensiones, y a los que él distorsiona y les obliga a interactuar con el sórdido mundo exterior.

El psicólogo-artista encapsula en las jaulas (casas) piezas arbitrarias, alejadas del concepto vigente de “lo bello”, e introduce deliberadamente productos desahuciados, inválidos, residuales, desechados… que alimentan la “indiferencia visual”. Los artesanales modelados de rostros, con volúmenes y texturas, hechos en silicona traslúcida tratada, se intercalan y dialogan sin pudor con materiales reciclados: listones de madera, plásticos, tubos de P.V.C., cartón, pigmentos, alambre, hilo de lana, raíz de árbol, metacrilato pintado con acrílico… y nitrilo, resina acrílica y de poliéster, escayola, espuma de poliuretano inyectada… e incluso interviene un tizón encontrado casualmente en una nave industrial recién incendiada. Un conjunto creativo descontextualizado y misterioso, que algún espectador calificaría de intrépidas escenas urbanas, consecuencia de un mundo desestructurado, consumista y donde habitan seres indefensos con altos índices de frustración.

En el vídeo-performance, Pato a la pekinesa, de 14 minutos, interviene el propio artista junto al actor performer y fotógrafo Emi Wilcox; ambos representan, en silencio, una secuencia magistral del bautizado, en 1962, por el crítico británico Martin Esslin, como “Teatro del absurdo”, escenificando un intercambio de roles sociales con delirio interpretativo de factura polimorfa.

El artista sucumbe ante el cine y la literatura japonesa, con sus “historias de lo raro”. Sonidos de campanas tubulares acompañan al cortometraje Pato a la pekinesa, ensamblado con imágenes aparentemente inconexas. La novela Baila, baila, baila, del escritor nipón Haruki Murakami se cuela en el inconsciente de Marín Guevara, al igual que los  fotogramas de laspelículas de David Lynch. La reelaboración creativa se mantiene en los experimentos del artista-psicólogo… y se potencia la reconstrucción nociva para resolver conflictos internos del ser humano.

Pedro López Morales

Espacio Pático, del 19 de noviembre al 14 de diciembre.

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